movimiento
Movimiento De Mujeres y Salud Mental Colectiva: una lectura desde la
Psicología Política
Patricia
Emilia Barichello.
Resumen
El presente trabajo intenta hilvanar temáticas de género como el
movimiento de mujeres, el rol del Estado como efector de políticas
públicas y la pregnancia del sistema patriarcal en la cultura local
del cono sur. Se entretejen en una lectura crítica herramientas
epistemológicas de diversos campos del saber. En este sentido, se
encuadra la psicología política como marco general de estas
reflexiones forjando un diálogo entre conceptos extraídos de la
filosofía, de la psicología social, el psicoanálisis y los
feminismos.
El movimiento de mujeres se forja como portador de los
emergentes sociales y como agentes de salud colectiva. Su forma de
resistencia mediante la identificación colectiva genera
empoderamiento y sororidad, superando la lógica de consumo
objetivante mediante una lógica subjetivante
Los temas principales que nos convocan a estas reflexiones son
diversos: El Movimiento de Mujeres en Argentina, que en el año 2015
se nucleó en el colectivo de Ni Una Menos. El contexto político
estatal de las políticas públicas orientadas a disminuir la
violencia machista que devienen en “necropolítica” ((Mnembe,
2012 en Sayak y Sepúlveda, 2016) y los feminicidios (Marcela
Lagarde, 2015) como consecuencia del neoliberalismo patriarcal.
La mixtura de estos paradigmas teóricos nos permite identificar
las tensiones presentes entre los modelos instituidos hegemónicamente
y los grupos subalternos instituyentes. El movimiento de mujeres se
forja como portador de los emergentes sociales y como agentes de
salud colectiva. Su forma de resistencia mediante la identificación
colectiva genera empoderamiento y sororidad, superando la lógica de
consumo objetivante mediante una lógica subjetivante. Es por esto
que reflexionamos que el lazo sororo opera como gatillo de una salud
mental colectiva, trasformando “lo siniestro” (Freud, 1919 en
Freud, 1987) en una posibilidad de simbolización y acción
organizada.
En particular tomamos como eje la categoría de feminicidio,
visualizando en el movimiento de mujeres, niñas, adolescentes,
lesbianas trans y travestis una posibilidad simbolizante de lo
siniestro. Este movimiento se posiciona como fuerza instituyente que
enfrenta a la “necropolítica” y sus lógicas de vinculación, en
el marco del neoliberalismo patriarcal, mediante el armado de redes,
manifestaciones callejeras, estrategias de acompañamientos y otras
intervenciones creativas.
El rol del Estado como garante del acceso y preservación
de la vida se convierte en todo lo contrario haciendo que sus
políticas públicas orientadas a las temáticas de género devengan
en políticas de muerte, es decir que muta de una función
biopolítica a una función necropolítica
Por otro lado, intentamos comprender como las subjetividades
masculinas que ejercen control sobre la vida de las mujeres se
encuentran insertas en un modelo económico que propicia el consumo
de los cuerpos feminizados mediante la apropiación y disociación de
toda subjetividad reduciéndolos (a los cuerpos) y reduciéndolas (a
las mujeres) a la condición de objeto (de consumo). Estos cuerpos
a-subjetivados u objetivados son utilizados como medios para
satisfacer necesidades pulsionales inherentes a la configuración de
la masculinidad que impone el patriarcado, sosteniendo y perpetuando
las estructuras opresivas en relación a los estereotipos de género.
En este sentido construimos la categoría de neoliberalismo
patriarcal.
Por último, consideramos que el rol del Estado como garante del
acceso y preservación de la vida se convierte en todo lo contrario
haciendo que sus políticas públicas orientadas a las temáticas de
género devengan en políticas de muerte, es decir que muta de una
función biopolítica a una función necropolítica. Específicamente
encontramos que, en lo que refiere a la aplicación de las leyes
diseñadas para prevenir sancionar y erradicar la violencia contra
las mujeres, existen por lo menos tres grandes falencias, primero las
no implementaciones de leyes como la 26.485, la falta de formación
de personal de instituciones referentes del tema y las partidas de
presupuesto escasas.
Como consecuencia de estas reflexiones consideramos que este
movimiento social cumple funciones positivas a nivel psíquico
individual como así también colectivo. Ejerce una lucha de poder en
el diseño e implementación de políticas públicas de género y se
convierte en un movimiento de agentes de salud mental colectiva y
resistencia creativa. Opera desde las bases hacia su horizontalidad y
hacia arriba en las instituciones sociales más sofisticadas.
INTRODUCCIÓN
La temática que me interpela es la articulación entre los
fenómenos de violencia hacia las mujeres representados en los
feminicidios, el neoliberalismo patriarcal como modelo económico
social subyacente y el movimiento de mujeres como espacio de
tramitación de situaciones sociales traumáticas. Estos tres temas
merecen algunas reflexiones no solo teóricas sino también una
lectura culturalmente situada.
Vamos a definir el encuadre[1]
de esta investigación. La primera pregunta que me realizo es: ¿Qué
se necesita para construir un problema de investigación que linda
entre las ciencias sociales y las ciencias humanas? Siendo psicóloga
con posicionamiento crítico, orientación psicoanalítica, interés
por los temas sociales y militante feminista encuentro que la
psicología comunitaria y la psicología política son las ramas que
permiten contener este interés personal. Por lo tanto, el desafío
es poder trabajar un tema y que el mismo tenga interés tanto para la
disciplina psicológica como para las ciencias sociales.
Volviendo a nuestro tema encontramos tres grandes categorías 1)
Feminicidios 2) Neoliberalismo patriarcal 3) Movimiento de mujeres.
Comenzaremos problematizando el primero de ellos observando algunas
hendiduras en torno al concepto.
Los feminicidios (Lagarde, 2006)
constituyen la forma de Violencia de Género más extrema, donde el
varón ejerce el poder patriarcal sobre la mujer para someterla. En
la legislación argentina el principal factor para que un homicidio
sea considerado femicidio es que el móvil sea la condición de
género. Según datos de Registro Nacional de Femicidios de la
Justicia Argentina en el año 2016 se registraron 254 femicidios en
el territorio argentino[2],
y 21 en la provincia de Mendoza. Estos datos permiten visibilizar la
violencia, identificarla, denunciarla y convertirla en un problema
para la democracia (Lagarde, 2006, p.5). Debido a los tratados
internacionales como la Cedaw (Convención para la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres) celebrada en
1979 y la Convención de Belém Do Pará ( Convención Interamericana
para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer)
celebrada en 1994, ambas con rango constitucional, han generado el
espacio político para discutir y aplicar políticas públicas en pos
de resolver las problemáticas, posicionando al Estado no solo como
parte del problema y sino también de la solución. Los feminicidios
como consecuencia del modelo patriarcal y ante la falla de contención
por parte del Estado nos plantea la tensión entre políticas
públicas con perspectiva de género vs necropolítica ya que no se
responde estatalmente a las leyes constitucionales que tienden a
garantizar la seguridad de la vida de las mujeres, niñas
adolescentes y colectivo trasn y travesti.
La idea de neoliberalismo patriarcal parte de la consideración de
que las subjetividades masculinas que ejercen control sobre la vida
de las mujeres se encuentran insertas en un modelo económico que
propicia el consumo de los cuerpos femeninos mediante la apropiación
y disociación de toda subjetividad reduciéndolos (a los cuerpos) y
reduciéndolas (a las mujeres) a la condición de objeto (de
consumo). Se habilita un registro más de consumo. Estos cuerpos
a-subjetivados u objetivados son utilizados como medios para
satisfacer necesidades pulsionales inherentes a la configuración de
la masculinidad que impone el patriarcado, sosteniendo y perpetuando
las estructuras opresivas en relación a los estereotipos de género.
Encontramos, como consecuencia de los
feminicidios, un efecto simbolizante en el movimiento “Ni una
menos” y por lo tanto una expresión de salud mental compartida.
Dicho colectivo actúa procesando aquello innombrable del dolor y la
crueldad. Aparece como opción simbólica de aquello que ha sido
despojado del código representacional y cada vez que sucede se
enfrenta a lo siniestro, aquello cercano al orden de lo espantable,
angustiante y espeluznante (Freud, 1919 en Freud, 1987). El armado de
redes y la espontaneidad de manifestarse en las calles del movimiento
de mujeres se posiciona como fuerza instituyente que enfrenta a la
“necropolítica” (Mnembe, 2012 en Sayak y Sepúlveda, 2016)
estatal responsable de dejar en los cajones de las oficinas (de las
comisarias, de las secretarías de género, dirección de mujeres,
etc.) los expedientes de aquellas próximas a ser víctimas una vez
más de la violencia[3]
convirtiéndose en crónicas de una muerte anunciada.
Desatando nudos. Algunas
conceptualizaciones sobre feminicidios
Los feminicidios expresan la forma de
violencia de género más extrema y constituyen un problema
epidemiológico que se basa en la cantidad de crímenes que se
comenten dentro de una población, la periodicidad en la que suceden,
las metodologías instrumentadas, que se convertirán en una
pedagogía de la crueldad (Segato, 2015). Encontramos en los
feminicidios como factor más relevante la cualidad del género de
las víctimas -mujeres cis[4]
y mujeres trans, menores y adultas y el género del victimario-
varón cis, configurando la crueldad y dominio de un género
sobre el otro a partir de bases de dominio sexual, psicológico,
social , económico, político, jurídico y cultural apuntalados el
sistema de desigualdad natural y supremacía del hombre (Lagarde
,2006)
Constituye un problema jurídico, En
Argentina en el año 2012 se sancionó la Ley 26.791[5]
que incorpora al Código Penal como figura agravante el delito de
homicidio simple, el caso en que sea cometido por un hombre contra
una mujer, mediando violencia de género, y cuando el homicidio se
cometa con el propósito de causar sufrimiento a una persona con la
que se mantiene o ha mantenido una relación de pareja o exista un
vínculo de consanguinidad ascendente y/o descendente, castigándolos
con la máxima pena (Rico y Tuñez, 2013).
A su vez constituye un problema social ya que se da en un contexto
de cultura androcéntrica (Anzorena, 2013) que genera impacto en las
subjetividades individuales, específicamente en la relación
asimétrica entre los géneros y los roles mucha vez estereotipados
asignados cada uno de ellos. En lo psicológico y en términos de
salud mental las violencias en todas sus expresiones generan efectos
negativos en la salud de las personas implicadas, pero también en
aquellas que reciben la información de esos sucesos de forma pasiva.
Rita Segato (2013) desarrolla el efecto de la comunicación
horizontal entre los pertenecientes a la fratría como una forma de
habilitación de la violencia hacia las mujeres y la comunicación
vertical dirigida a las posibles víctimas ejerciendo un poder
simbólico. El papel de los medios de comunicación en el tratamiento
de las noticias de violencias hacia las mujeres legitima y alimenta
los mecanismos patriarcales de dominio y asimetría entre los géneros
e impacta en la salud mental en tanto tiende a la naturalización de
temáticas para nada naturales.
Y por último el tema de feminicidios nos plantea un problema de
epistemología feminista. Marcela Lagarde (2015) acuña el termino
feminicidios a partir de una traducción propia de un texto de
feministas anglosajonas, Diana Rosel y Jill Radford. La antropóloga
plantea una reflexión en torno a la traducción de “femicide”
(en idioma inglés) femicidio considerando que el mismo solo se
refiere al que mata y a la que muere mediando la forma de violencia
misógina más extrema. Esta traducción del concepto iguala
femicidio a homicidio de mujeres por ello Lagar de considera que esta
conceptualización permitió nombrar el fenómeno, pero omite la
dimensión política del Estado y la tolerancia social a los crímenes
de odio hacia las mujeres. Desagrega tres órdenes de culpabilidad en
el término feminicidio a) la persona que quita la vida
violentamente, b) la sociedad que lo incuba y c) el Estado que
reproduce el orden patriarcal. En este mismo sentido Rita Segato
(2011) nos habla de feminicidio (femicidio) para referirse a aquellos
crímenes misóginos que se dan en contextos interpersonales, por
móviles personales que se enmarcan en el derecho estatal, y aporta
una nueva categoría que es la de femigenocio entendiendo como tal
aquellos crímenes misóginos que se dan en contextos bélicos y/o
armados por móviles impersonales y de forma sistemática
convirtiéndolos en crímenes de lesa humanidad y genocidios quedando
enmarcados en el fuero internacional. En la historia argentina
encontramos que este concepto podría ser de útil aplicación para
el periodo de la dictadura (1976-1983) de nuestro país.
Feminicidios desde una mirada filosófica
Apelando a un
abordaje filosófico es posible recurrir a la conceptualización del
poder soberano[6],
la nuda vida y el binomio bios/zoé[7]
(Agamben, 2006). Utilizaré estos conceptos como metáfora para
entender y explicar la lógica de poder patriarcal en torno a los
feminicidios. El varón patriarcal y femicida ejerce un poder
soberano y un control directo sobre la vida de la mujer despojándola
de toda dignidad. Desde este punto de vista la vida o la “bios”
es en tanto socialización, lenguaje, acceso a la cultura y a la vida
política, en cambio la “zoé” se refiere a una vida animal
(Agamben, 2006) sometida al poder soberano y sus intenciones de
someter a su voluntad al otro/a. En este caso concebimos al poder
soberano como aquel ejercido por un varón patriarcal y también
aplicable al rol del Estado. Nos posicionamos en una concepción de
poder foucaultiana: “el poder es una relación de fuerzas, o más
bien toda relación de fuerzas es una -relación de poder-”
(Deleuze, 1983). El poder es un ejercicio aplicado a las relaciones
de fuerza que se manifiestan en los vínculos sociales, asimétricos
en la mayoría de sus formas.
Nos enfrentamos a una dialéctica entre
biopolítica[8],
como regulación de la vida y necropolítica, como regulación de la
muerte. La necropolítica se refiere al poder soberano aplicado en
los regímenes de excepción o dictaduras en Latinoamérica y
Sudamérica, las plantaciones de algodón en Norteamérica, el
apartheid sudafricano inspirado en raíces históricas del
colonialismo europeo (Mbembe, 2011). Si bien Mbembe relaciona la
necropolítica con el racismo, explica “La condición de un esclavo
resulta de una pérdida triple: la pérdida de un “hogar”, la
pérdida de los derechos sobre el propio cuerpo y la pérdida del
estatus político. Esto es idéntico a la dominación mental y la
muerte social [(Mbembe, 2006, 39) en Rodríguez Martínes, 2017].
Esta acepción que ofrece la autora denota la noción de pérdida de
derechos humanos, jurídicos y civiles que iguala a la vida a la
“zoe”, es decir despojada por completo de sus condiciones
necesarias para la vida culturada.
El poder patriarcal opera mediante dispositivos como el
miedo, la amenaza, la vergüenza, la coerción llegando a ejercer un
poder sobre la vida que se convierte en poder sobre la muerte en los
casos de feminicidios
El uso de este concepto será mediante el traslado de su
aplicación hacia las políticas públicas, específicamente las de
prevención de violencia género. El siguiente interrogante se
presenta como hipótesis ¿La falta de presupuesto y de acciones por
parte del Estado son formas de necropolítica enfrascadas en
políticas públicas? Encontramos una serie de políticas públicas y
mecanismos institucionales para hacer frente a la violencia de
género, sin embargo, si hacemos pie en las estadísticas encontramos
que casi la mitad de los feminicidios tienen antecedentes de
denuncias policiales. Esta omisión de acción se puede leer como un
desinterés que culmina con la pérdida real de vidas, por lo tanto,
el Estado que fue alertado con una denuncia de violencia de género
abandona sus mecanismos de protección sometiendo la vida de las
mujeres-zoe- al poder soberano del hombre patriarcal. En este doble
destino hacia la muerte encontramos una función que articula al
femicida y al Estado sobre el control y el consumo de los cuerpos
feminizados. Según Sagot (2013) se constituye una necropolítca de
género que impone la aceptación de las reglas masculinas y preserva
el status quo de género.
El poder patriarcal opera mediante
dispositivos como el miedo, la amenaza, la vergüenza, la coerción
llegando a ejercer un poder sobre la vida que se convierte en poder
sobre la muerte en los casos de feminicidios. El poder soberano, que
ejerce el varón femicida mediante la subordinación psicológica
física y moral, es en pos de validar su masculinidad con su fratría
en la violencia expresiva[9]
(Segato, 2013). Las vidas de las mujeres y de todos los cuerpos
feminizados se convierten en nuda vida en tanto que cualquiera que
ejerza un poder soberano patriarcal prefijado por funciones sociales
predeterminadas en un imaginario social compartido, puede darle
muerte (Agamben, 2006)
Entre los pares varones se da una comunicación horizontal, que
gracias a su agresividad y poder de muerte los ubica en un lugar
destacado de la pirámide jerárquica de la fratría, y la
comunicación vertical es hacia la víctima, desde un lugar punitivo
y de “paladín de la moral social”, encarnando el poder soberano
(Segato, 2013). Esta comunicación es un dispositivo de bio poder que
actúa reforzando el orden heteronormado y sanciona la salida de la
norma con la muerte. El femicida gracias la dominación masculina y
la negligencia estatal lleva a cabo su poder de muerte sobre la vida,
lo que hace la norma es habilitar ese proceder. Podemos repensar esta
comunicación y aplicarla de la misma manera al colectivo NUM, en la
horizontalidad permite la identificación y la sororidad y en la
verticalidad demuestra, por lo menos, resistencia.
Estamos frente a un complejo entramado de concepciones que giran
en torno a los dispositivos de poder y las características que toman
de la mano del Estado. La lectura psicopolítica del contexto que
hemos venido realizando nos permite aproximarnos a las
características de los contratos entre los varones y mujeres teñidos
de concepciones estereotipadas para cada uno de los géneros,
normalización de las asimetrías opresivas, justificación
discursiva científica, mediática, jurídica, etc. Se entrecruzan
variables que oscilan desde un “coctel pulsional”, pautas
culturales y modalidades de consumo, mediante el cual, algunos
varones, se sienten habilitados a demostrar su masculinidad a costa
de la vida de las mujeres. Operan desde la trasgresión, el poder
totalitario sobre la vida y la cualidad de lo siniestro (Freud,
1987), avanza sin freno sobre la bios, despojándola de todo
contenido y reduciéndola a un momento de consumo exaltado que solo
frenará en su mente con la muerte de aquella vida que ha convertido
en objeto. El Estado en su no presencia y no sanción posterior se
convierte en un estado, con minúscula, que permite la violación del
derecho humano para las mujeres a una vida libre de violencia.
Neoliberalismo Patriarcal
Encontramos una mixtura de tres modelos que operan sobre la
constitución de subjetividades: a) el modelo capitalista b) el
modelo neoliberal y c) el modelo patriarcal. En la coyuntura de los
tres modelos que denominaremos neoliberalismo patriarcal hallamos las
más refinadas técnicas políticas. Mediante la aplicación del
bio-poder se implementan una serie de tecnologías ajustadas a lograr
cuerpos dóciles (Foucault, 1987 en Perrota, 2011). La noción de
consumo como máxima en una Estado Mercado (Falquet, 2014) ha
habilitado el consumo los cuerpos de las mujeres, fragmentados por
una “malegaze” o mirada fija masculina (Segato, 2003), la
pornografía es una expresión de esto.
La proliferación del neoliberalismo
patriarcal consta de la apertura de fronteras, globalización del
conocimiento, homogeneización de dispositivos tecnológico,
distribución fragmentaria de los cuerpos[10],
arranca la posibilidad de la otredad como espejo e inaugura un libre
mercado de personas donde la demanda queda liberada a las condiciones
del mercado y los derechos humanos de los grupos subalternos quedan
oprimidos bajo esta lógica dominante. Solapando una falsa idea de
libertad solo posible mediante la posesión del capital económico
capaz de comprar todo lo que este a su alcance sean objetos,
personas, ideas, ideologías y/o territorios.
El neoliberalismo patriarcal funciona como una piel en la
estructura mental colectiva. En esta piel mental colectiva oscilan
las necesidades continuas de consumo y la repetición de relaciones
jerárquicas de poder abonadas por una historia filogenética que ha
posicionado al varón y a sus pares como los conquistadores del
poder, del saber y del hacer a partir de imaginario fálico. Este
imaginario es puesto a prueba constantemente. Según Rita Segato
(2003) es el estatus masculino que mediante los rituales de
iniciación deben demostrar su virilidad, la cual ha nacido de un
paralelo de los órganos genitales a la constitución subjetiva de
masculinidad. Dicha masculinidad va acompañada de un lenguaje
violento de conquista y su antítesis es el lenguaje femenino
perfomativo y dramático (Segato, 2003). Esta diferenciación
filogenética es justificada por un discurso médico que atribuye
características intelectuales, de rasgos de carácter y físicas a
cada sexo. Como establece Perrotta (2011) todo discurso científico
excluye la noción de sujeto en su singularidad, disminuyéndolos a
la condición de casos, historias clínicas que quedan alejadas de
una lectura profunda y situada
El modelo androcéntrico (Anzorena, 2013) posiciona al hombre
blanco como el centro de todos los paradigmas, aquello que sea
diferente a él será llamado lo otro, lo dispar, lo castrado, lo
débil, ejercido en los grupos subalternos (Gramsci, 2013): mujeres,
adultos/as mayores y ancianos/as, pueblos originarios, diversidades
sexuales, ecologistas, etnias religiosas, niños/as, adolescentes,
etc. El varón blanco y heterosexual ejerce un mandato autoritario
desde lo discursivo, lo simbólico, lo sexual y lo económico hacia
estos grupos subalternos. No nos referimos únicamente al varón como
aquel ser individual sino como un sistema simbólico que atraviesa
las prácticas y las constituciones subjetivas, a veces podemos
encontrar que aquellos grupos subalternos oprimidos sostienen y
avalan el mismo discurso simbólico que los/as oprime, configurando
un sistema social que, como sanos hijos/as del capitalismo, no posee
fronteras, se instala y opera como un cáncer. La ramificación y
repetición de este discurso simbólico es la naturalización del
mismo, en ese punto el movimiento de mujeres, y de otros grupos
oprimidos, se convierte en el bisturí que operará sobre cada una de
esas células.
Esta piel colectiva es una de las tensiones actuales que fuerzan a
pensar y repensar la relación entre lo instituido e instituyente.
Esta lucha de fuerzas se da entre los modelos hegemónicos y los
grupos subalternos portadores de los emergentes sociales como formas
de resistencia de los/las oprimidos/as en intentos de identificación
colectiva, de recuperación la compasión por los/las otros/as, la
posibilidad de superar la lógica de consumo objetivante y retomar la
lógica subjetiva.
Movimiento de mujeres: una lectura desde
el psicoanálisis y la salud mental colectiva
Se hace necesario revisar ciertos paradigmas a la luz de
las nuevas configuraciones vinculares, sin embargo, la impronta del
modelo patriarcal heteronormativo aún persiste en las
configuraciones familiares, en la constitución psíquica y en las
culturas locales
Existen modelos naturalizados hacen siglos
desde discursos académicos deben ser revalorizados a la luz de una
lectura culturalmente situada. El psicoanálisis ha sido fuente de
uno de los discursos que cristalizó el estereotipo de su época en
los desarrollos sobre la subjetividad femenina y la masculina.
Encontramos dos aportes importantes del psicoanálisis freudiano. El
primero desarrollado en el escrito social “El malestar de la
Cultura” (1929) en el que se refiere a las fuentes del malestar
humano 1) la supremacía de la naturaleza 2) la caducidad de nuestro
propio cuerpo y 3) insuficiencia de nuestros métodos para regular
las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad (Freud,
1973 p.29). En segundo lugar, la conceptualización del Complejo de
Edipo en el texto “Tres ensayos para una teoría sexual de 1905. En
este último se puede captar el efecto del modelo patriarcal sobre
las mujeres, si somos lo suficientemente perspicaces podemos leer
claramente las desigualdades de género que Freud[11]
intenta explicar por la vía pulsional. Irene Meler (2017) resume la
teoría edípica freudiana al siguiente axioma: “(…) ante una
insuficiente resolución del Complejo de Edipo se promueve una
escisión del objeto amoroso. Se dirige la corriente de afectos
tiernos hacia una mujer que evoca la madre, y que por eso mismo
resulta objeto de una interdicción sexual. A la vez, el deseo
erótico fluye con intensidad en dirección a otra mujer, degradada
moralmente, pero experimentada como atractiva, con la cual el varón
está habilitado para ejercer un erotismo que haya incorporado las
pulsiones parciales en lugar de reprimirlas” (p.220). Esta doble
vía pulsional es la que impacta en dos modelos de contrato entre los
géneros, el sexual y el matrimonial (Despentes, 2007).
Se hace necesario revisar ciertos paradigmas a la luz de las
nuevas configuraciones vinculares, sin embargo, la impronta del
modelo patriarcal heteronormativo aún persiste en las
configuraciones familiares, en la constitución psíquica y en las
culturas locales donde se ven reforzadas por publicidades, pautas de
consumo, lenguaje, moral religiosa, moral científica entre otras
representaciones sociales.
No todo lo referido al psicoanálisis es de tinte negativo a la
luz de la crítica feminista, de hecho, encontramos algunos conceptos
psicoanalíticos aplicables a la comprensión del desarrollo de
fenómenos masivos de identificación colectiva que dirigen la vida
pulsional a un espacio de construcción significante y de salud
mental. Retomando la tercera posición de sufrimiento se postula como
favorita para comprender como el desencuentro simbólico e imaginario
produce efectos reales que afectan enormemente la posibilidad de
salud mental en sociedad.
En esta interrelación humana y el pasaje por sus instituciones se
pueden identificar las fuentes de sufrimiento de las mujeres como
efecto de la lógica patriarcal como un aspecto agravante y una causa
más de padecimiento que se ha intentado adjudicar a la naturaleza
femenina como cualidad de su constitución subjetiva. La discusión
discurre sobre la iatrogenia del determinismo psíquico que deviene
de interpretar los posicionamientos subjetivos desde la resolución
de la conflictiva edípica positiva o negativa por encima de
regulaciones sociales, culturales y simbólicas.
A partir de una mirada culturalmente
situada desde una lectura social y política podemos pensar que los
movimientos sociales, específicamente el Ni Una Menos deviene como
un espacio transicional[12]
donde se pasa del Yo al No-Yo. Según Irene Meler (2017) interviene
una doble inscripción es este espacio objetivo y subjetivo a la vez.
Lo subjetivo contiene fantasías, ilusiones, deseos, tensiones y
conflictos de los sujetos que lo componen y que depositan en las
estructuras de estos colectivos Se da un proceso identificatorio de
reconocimiento mutuo resultante en la motivación subjetiva principal
para la inclusión en estos colectivos (p. 74). El aporte que
consideramos más importante es en relación a la posibilidad de
“figurabilidad” es decir se vuelve representable lo
irrepresentable, lo indecible, que de lo contrario puede quedar
inscripto como traumático (Meler, 2017). Volvemos a la consideración
que la contención colectiva permite pensar lo siniestro y darle un
sentido mediante la tramitación psíquica posibilitando la
metabolización mental colectiva del emergente social traumático. De
esta manera, encontramos constitución de salud mental en un espacio
colectivo.
Según Emiliano Galende (2013) “los
grupos sociales, religiosos o culturales, tienen estrategias propias
para reconocer e identificar formas de sufrimiento mental y brindar
cuidados”. El movimiento NUM está compuesto por una heterogeneidad
de organizaciones civiles, políticas, estudiantiles que lleva a cabo
acciones concretas que no pertenecen a un sistema formal de salud
mental pero son del orden de “terapias alternativas” vinculadas a
prácticas sociales y comunitarias asociadas a las contingencias
cotidianas reales (Galende, 2013). Si bien el movimiento NUM se pude
apreciar en su masividad y heterogeneidad las fechas denominados día
de lucha[13],
también las organizaciones que forman parte de este colectivo llevan
a cabo trabajos de consejerías, acompañamiento a víctimas de
violencia de género, talleres de prevención de violencia, talleres
de autodefensa, casas refugio para mujeres víctimas de violencia,
performances y pintadas callejeras, entre algunas actividades.
Este amplio abanico de acciones dota de un
rico contenido al repertorio simbólico del movimiento NUM. Este
repertorio es movilizado a partir del dolor y el sufrimiento lo que
nos da la pista de que la identificación colectiva y su
encausamiento mediante acciones concretas posibilitan una salud
mental comunitaria[14].
Melanie Klein (2008) cuando nos habla de Salud Mental se refiere a su
“naturaleza compleja y multiforme, que se basa en el interjuego
entre las fuentes fundamentales de la vida mental -los impulsos de
amor y de odio-, interacción donde predomina la capacidad de amar”
(p. 331). Esta definición nos permite reflexionar sobre la capacidad
de amar del colectivo y por ende eso es lo que motiva al grupo
comunitario a sostener sus dispositivos de acción.
Esta forma activa de participación en cada ola de feminismo ha
implicado una intersección entre feminismo y derechos humanos que ha
posibilitad la construcción de feminismos críticos, filosóficos,
teóricos y académicos posibilitando el enfrentamiento de prejuicios
misóginos (Lagarde,2006). El movimiento mundial de mujeres se va
constituyendo como este gran espacio de contención que a la vez que
responde a las urgencias territoriales genera herramientas
teórico-prácticas que marcan las agendas políticas y se posicionan
como guardianas del cumplimiento de la protección de derechos
asumidos por los Estado Parte.
Conclusiones y comentarios
Los feminicidios como fenómeno superan toda lógica de
comprensión, son producto de una fusión de estereotipos primitivos
heredados de sistemas políticos mercantiles económicos, históricos
y sociales que a medida que se van modificando las sociedades toman
modalidades particulares. La singularidad de estos casos y la
posibilidad de la comunicación masiva inauguran una codificación de
nuevos significantes, que tienen que ver con lo siniestro como forma
de consumo y por tanto como “moneda” de intercambio entre
aquellos que desean consumir los cuerpos feminizados, un nuevo código
patriarcal que muestra su poder soberano sobre la vida.
El neoliberalismo patriarcal es una fusión del patriarcado como
modelo de dominio en términos opresivos, al cual el neoliberalismo
le imprime el mandato del consumo sobre los cuerpos despojándolos de
su singularidad e equiparándolos a la categoría objeto. Las formas
patriarcales instituidas avalan la noción de la pertenencia de
cuerpos femeninos o feminizados habilitando un tratamiento
deshumanizado. Encontramos que las perpetuaciones de los feminicidios
responden a una coherencia de praxis sobre un modelo hegemónico
androcéntrico y falocéntrico anudado a la lógica del consumo.
Si intentamos leer a los feminicidios como un síntoma social de
modelos culturales y económicos asimétricos con fisuras,
encontramos dos salidas al mismo. Por un lado, el movimiento
instituyente de las mujeres nucleadas en colectivos feministas y por
el otro la institucionalización en el Estado de espacios de género.
El colectivo “Ni Una Menos” aparece en respuesta a una “ola de
feminicidios” mediante la organización de forma espontánea en
marchas multitudinarias en todo el territorio argentino. Se va
estableciendo una agenda feminista que toma la mayor visibilidad
conocida de la última década. Por el otro lado, la
institucionalización en secretarias, direcciones, áreas de género,
comisarías en el ámbito gubernamental con una serie de políticas
públicas que apuntan a la disminución de casos de violencia de
género, acompañamiento a víctimas, estadísticas, programas
sociales etc.
En torno a los aspectos de salud mental colectiva encontramos que
si traspolamos el concepto de comunicación que plantea Segato (2003)
hacia el movimiento de mujeres, percibimos que la comunicación
horizontal permite otorgar contención y genera lazos de sororidad,
empatía y apoyo y la comunicación vertical opera denunciado y
haciendo visible la organización y gestión frente a las
problemáticas de violencia de género. Incluso nos topamos con el
suceso de resistencia a la necropolítca estatal planteada desde el
colectivo NUM, exigiendo y demandado acciones concretas como
generando actividad específica de prevención y gestión ante
situación de violencia de género en todos sus sentidos.
El funcionamiento del Estado cuenta con un presupuesto escaso para
dar respuesta a las problemáticas, falta de formación de los
funcionaros y funcionarias públicas, dispositivos que fallan en el
acompañamiento y en la articulación con otras instituciones
gubernamentales, falta de seguimiento de las mujeres que denuncian y
luego víctimas de feminicidios. Este listado nos deja el siguiente
interrogante ¿Es este accionar una forma de dejar morir por parte
del Estado? ¿No es acaso una sustitución de una biopolítica, que
regula la vida hacia una necropolítica, que regula la muerte?
La sugerencia que nos queda formular es sostener la tensión
constante entre las fuerzas instituyentes-instituidas para que la
posibilidad de simbolización y de vigilancia (epistemológica si se
quiere) esté a vuelo de ave visualizando y generando cambios
metodológicos y de praxis necesarios para defender la vida de las
mujeres en riesgo y fomentar la disminución de las desigualdades en
torno a la categoría de género.
Ni el Estado, ni los estudios filosóficos, ni psicológicos, ni
feministas nos devolverán aquellas almas arrebatadas, nos queda la
memoria y el cuerpo para hacer de este mundo un lugar más justo
donde alguna vez podamos gozar del amor a la vida, el amor al arte y
el amor a la naturaleza.
Ni Una Menos, Vivas y Libres Nos Queremos
San Luis, Argentina
Mayo, 2019
Lic. En Psicología Patricia Emilia Barichello
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[1]“(…)El
encuadre correspondería a las constantes de un fenómeno, un método
o una técnica, y el proceso al conjunto de las variables(…)
(Bleger, 1967)
[2]Dato
que dista al de la Casa del Encuentro que registró 290, los
criterios de femicidios aún no están aunados.
[3]En
el año 2015 de 5 femicidios registrados en Mendoza, 2 poseían
denuncias previas. En el año 2016 de 21 femicidios registrados en
Mendoza, 7 poseían denuncias previas (Registro Nacional de
Femicidios de la Justicia Argentina, 2015 y 2016). Cabe aclarar que
estos datos estadísticos difieren en algunos casos de otros
organismos no gubernamentales que contabilizan los mismos hechos.
[4]Cis
se refiere a la coincidencia del sexo biológico, la autopercepción
del género y orientación sexual, acorde a los roles determinados
culturalmente para ese sexo.
[6]En
el derecho romano el monarca es quien decide a poder de espada la
vida y la muerte de una persona.
[7]
De la etimología griega “Zoé, expresaba el simple hecho de vivir
común a todos los seres vivos y bios indicaba la forma o manera
propia de un individuo o grupo” (Agamben, 2006).
[8]Biopolítica:
la manera en que, a partir del siglo XVIII, se buscó racionalizar
los problemas planteados a la práctica gubernamental por los
fenómenos propios de un conjunto de vivientes en cuanto población:
salud, higiene, natalidad, longevidad, raza (Castro , 2011 p.61-62)
[9]
“La violencia expresiva es aquella cuya finalidad es la expresión
del control absoluto de una voluntad sobre otra” (Segato, 2013).
[10]Trata
de personas, inmigracion ilegal, explotación laboral de pobres,
inmigrantes y niños/as, prostitución de mujeres y niños/as.
[11]Inevitablemente
se generan referencias a paradigmas teóricos desarrollados en
Europa, demostrando el efecto de la colonización cultural y la
globalización trasladando modelos europeos a América Latina y del
Sur, entre ellos el patriarcado. Esto nos plantea el desafío de
generar lecturas decoloniales y la producción de teorías locales a
la luz de los procesos vivenciados.
[12]Concepto
desarrollado por Winnicott : “Introduzco los términos "objetos
transicionales" y "fenómenos transicionales" para
designar la zona intermedia de experiencia, entre el pulgar y el
osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto,
entre la actividad creadora primaria y la proyección de lo que ya
se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda y
el reconocimiento de ésta”. (Winnicott, 1953)
[13]En
Argentina 8 de marzo “Día internacional de mujer”. 3 de junio
marcha “Ni Una Menos” y 25 de diciembre “Día por la no
violencia hacia las mujeres”.
[14]La
definición de la ley nacional de salud mental 26.657 en su Art. 3
nos abre el camino “En el marco de la presente ley se reconoce a
la salud mental como un proceso determinado por componentes
históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y
psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una
dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los
derechos humanos y sociales de toda persona”